1. Parte del primer capítulo del libro “Re-evolución- Un nuevo paradigma”.

Cuentan que el emperador Napoleón recibió a los científicos del Jardín de las Plantas, una de las instituciones científicas más importantes de Francia en el siglo XVIII. Una vez presentado el director del Jardín, éste procedió a presentar a Lamarck, un naturalista de perfil bajo que llevaba al emperador su obra sobre la transformación de las especies, es decir, evolución biológica, titulada “Filosofía Zoológica”. El emperador se mostró reacio a recibírselo y aseguran que arrojó el libro en un rincón, al tiempo que le reclamaba que regrese cuando haya escrito algo sobre historia natural. Quizá Napoleón nunca se enteró que el libro que había arrojado presentaba por primera vez una teoría evolutiva completa.

De todos los grandes naturalistas que han construido el conocimiento biológico, el más menospreciado posiblemente sea Jean Baptiste Pierre Antoine de Monet, Chevallier de Lamarck. Aunque Lamarck, al menos, aparece en la historia oficial de la biología mientras que otros ninguneados ni siquiera corrieron esta mínima suerte.

Lamarck fue el menor de once hermanos y la lucha signó su vida. Luchó contra la pobreza de niño, en el frente francés de joven, contra Cuvier como científico y contra la ceguera siendo un anciano. Luego de sufrir un daño severo en el cuello en las batallas revolucionarias en Alemania, Lamarck comenzó su carrera científica como botánico. Comenzó trabajando en el Jardin du roi, pero en 1793 se convirtió en uno de los profesores fundadores del Museo Nacional de Historia Natural como un experto en invertebrados. Su trabajo sobre la clasificación de los gusanos, arañas, moluscos y otros invertebrados estaba muy por delante de su tiempo. En 1802 publicó una obra titulada Hidrogeología, fundadora de una nueva ciencia: la Biología, dedicada a estudiar el mundo vivo, convirtiendo el conjunto de conocimientos sobre la naturaleza en una disciplina.

Trabajó con Rousseau y Buffon, quienes siempre lo consideraron un gran científico. Junto a ellos logró una sólida formación científica. A Lamarck debemos la creación de claves dicotómicas, que todavía se utilizan en Botánica, el concepto “invertebrado”, la clara división del mundo orgánico del inorgánico, el concepto de “organización” de los seres vivos y una clasificación revolucionaria de los animales de acuerdo a su complejidad.

 En 1809, con la publicación de Filosofía zoológica da una base teórica (“filosófica”) a esta disciplina, constituyendo el primer tratado completo, estructurado científicamente, sobre la evolución. También planteó el origen del hombre a partir de los primates.

En el siglo XVIII no había mucho conocimiento de los insectos y gusanos y, como suele ocurrir con lo desconocido, eran despreciados como objeto de estudio. La biología estaba en pañales y las observaciones e investigaciones se basaban en los animales vertebrados o superiores, los cuales son solo una parte menor de la totalidad de seres vivos y, además, evolutivamente representan las formas más recientes. Quién mejor que Lamarck para fundar la biología como ciencia al ser quien amplió el campo de estudio al realizar avances extraordinarios a los despreciados gusanos e insectos.

Jean Baptiste Pierre Antoine de Monet, Chevalier de Lamarck.

 Lamarck no comulgaba con la visión reduccionista, antojadiza y parcializada de la naturaleza. Así, dedicándose a la labor de investigar todas las formas vivas amplió las fronteras del conocimiento realizando una tarea titánica. Lamarck describe cinco grupos de invertebrados en 1794. Posteriormente, continúa con otros: los arácnidos en 1800, los anélidos (gusanos) en 1802 y en su Filosofía Zoológica (1809) describe por primera vez a los cirrópodos (percebes, crustáceos) y diez grupos más que totalizarán doce grupos en Histoire naturelle des animaux sans vertèbres, verdadera obra magna de la ciencia de todos los tiempos. Al caracterizar a los invertebrados, introduce a la espina dorsal como factor clasificatorio de los organismos, el cual continúa siendo un criterio científico en la actualidad.

En su obra evolutiva tiene un papel central el concepto de medio (milieu). Este concepto ya había sido utilizado por Buffon en el siglo XVIII a partir de Newton, quien lo utilizó en el área de la mecánica.  La expresión hacía referencia al fluido entre dos cuerpos que interactuaban a distancia.  El medio es el centro de acción de las fuerzas físicas, pasa de tener un sentido relativo a absoluto, en algo con entidad por sí mismo que, más que unir, separa a los cuerpos. Lamarck traslada a la biología el concepto de medio enriqueciéndolo al definir que la especie (el ser vivo) y el medio forman una unidad contradictoria; el medio es externo tanto como interno al organismo. Lamarck sostiene a la biología en la física y la química por lo que entiende al fenómeno de la vida como un producto de leyes físicas.

Los intentos actuales, más avanzados, que intentan comprender el fenómeno de la vida y su evolución centran su atención precisamente en el medio como factor inicial y fundamental de los cambios evolutivos. También en el resultado de la autoorganización, la capacidad de los seres vivos de organizarse por sí mismos, como resultado de acciones físicas. La visión de Lamarck, hacia el comienzo del siglo XIX, es extraordinariamente novedosa y una interpretación totalmente acertada y válida en la biología actual, que cuenta ya con un cúmulo de evidencias que fortalecen notablemente esta perspectiva holística.

Esto se debe a que, como naturalista, realizó significativos avances en varias disciplinas y áreas como la botánica, la paleontología y la zoología, presentado un panorama de la ciencia con que no contaba prácticamente ningún naturalista de la época. Realizó una labor insuperable en sistemática, la clasificación taxonómica de los organismos. Representa así, la más alta labor intelectual y científica de toda la biología, incluyendo, como si fuese poco, la primera teoría completa de la biología evolucionista. Su tarea como naturalista fue ciclópea, como su legado. Que no nos lo cuenten es otra cosa.

A Lamarck se lo recuerda siempre con el ejemplo de las jirafas que habrían alargado su cuello intentando comer de las hojas más altas de los árboles. Si bien, planteado de esta manera, es un mecanismo erróneo, la idea original es que un cambio importante en las condiciones que rodean a un determinado organismo resultará en una respuesta que implicará la muerte o la “transformación” de ese organismo. Propone dos mecanismos centrales de la transformación de las especies: Uso y desuso de los órganos y herencia de caracteres adquiridos. Tanto más utilice una especie una estructura, mayor tendencia a mantenerla. Los caracteres o cambios bruscos en las estructuras se deben a una respuesta a una acción ambiental que permite adquirir un carácter heredable.  

Los postulados de Lamarck se encuentran muy vigentes actualmente como veremos más adelante, y fueron aceptados por el mismo Darwin. La idea que el “uso y desuso” de las estructuras tiene su implicancia en la fijación o desaparición de las mismas suele asociarse exclusivamente a Lamarck. Sin embargo, pasados 50 años de la publicación de “Filosofía Zoológica”, Darwin tomó estos fundamentos y los incluyó en su libro, a la vez que nunca reconoció al autor francés como el naturalista que había formulado con anterioridad una teoría evolutiva y planteado los mecanismos del transformismo. Darwin insistió en varias oportunidades en que el origen de las variedades, como él las llamaba, implicaba mecanismos como el uso y desuso de los órganos (además de la selección natural) y, de hecho, constituyen un verdadero mecanismo evolutivo propuesto en su obra. En una carta a Nature en 1880, escribe:

 “¿Puede Sir Wyville Thomson nombrar a alguien que haya dicho que la evolución de las especies depende sólo de la selección natural? En lo que a mí respecta, creo que nadie ha formulado tantas observaciones sobre los efectos del uso y desuso de partes como yo en mi “Variaciones de los animales y plantas bajo domesticación”; y tales observaciones fueron hechas con ese objetivo particular en mente. También he aportado una cantidad considerable de hechos que muestran la acción directa de las condiciones externas sobre los organismos.”

Pero el relato de la de Lamarck presentado como un naturalista poco lúcido que se creyó que los organismos tienen una fuerza vital (sobrenatural) que los impulsa en la evolución, es una caricatura necesaria por varias razones que analizaremos más adelante. Sin embargo, para Lamarck la vida no tiene intención de mejorar o de evolucionar. Porque si la vida evolucionara por el criterio (humano) de selección en función de qué es más conveniente, o qué otorga una ventaja, implicaría una teleología, una acción persiguiendo una finalidad. Pero así no es la vida sobre la tierra. La finalidad es vivir y vivir implica necesariamente el proceso que luego denominamos evolución. Si pensáramos que existe cierta “selección inconsciente” como una fuerza que direcciona la evolución, estaríamos cayendo en un razonamiento teleológico.

En palabras de Lamarck:

“La vida, en un cuerpo cuyo orden y estado de cosas puede hacer que sea manifiesto, es cierto, como he dicho, como un poder real que da lugar a numerosos fenómenos. Este poder no tiene, sin embargo, ni objetivo ni intención. Puede hacer sólo lo que hace; es sólo un conjunto de causas que actúan, no un ser particular. Yo fui el primero en establecer esta verdad en un momento en que la vida todavía se pensaba como un principio, un archaeia, un ser de algún tipo.”[1]

Lamarck tiene una visión holística de entender la unidad, aún la más sencilla forma de vida, como un conjunto complejo, y esto lo lleva a postular lo siguiente:

“Las circunstancias influyen sobre la forma y la organización de los individuos /… / Ciertamente, si se me tomasen estas expresiones al pie de la letra, se me atribuiría un error, porque cualesquiera que puedan ser las circunstancias, no operan directamente sobre la forma y sobre la organización de los animales ninguna modificación. Pero grandes cambios en las circunstancias producen en los animales grandes cambios en sus necesidades y tales cambios en ellas las producen necesariamente en las acciones. Luego si las nuevas necesidades llegan a ser constantes o muy durables, los animales adquieren entonces nuevos hábitos, que son tan durables como las necesidades que los han hecho nacer”[2].

La vida tiene la capacidad de autoorganizarse, registrar perfectamente la información ambiental y responder a todas las condiciones mediante el ajustado y correcto funcionamiento en ese lugar y en ese momento. Los datos y conocimientos actuales (en los que me detendré más adelante) demuestran que los pasos integrativos y simbiogénicos, es decir las fusiones de células y organismos para generar novedades evolutivas, son la constante en la evolución de la vida. Esto fue expresado también, en otros términos, por Lamarck en la idea de una continuidad organismo-ambiente.

Con el Darwinismo, esta perspectiva posteriormente fue relegada al interpretar al organismo en permanente competencia con otros organismos y con el ambiente. Con la intromisión de esta idea antropocéntrica de obtener ventajas en una competencia eterna se impregnó a la biología y a la naturaleza adjudicándole mecanismos mercantiles para premiar o castigar a las especies y que este mecanismo era el motor del cambio evolutivo. Pero sabemos que es la vida, los organismos interactuando entre sí, (más allá de la clasificación en especies utilizada por el ser para estudiarla) la que se reinventa, reorganiza (metabólica y genéticamente) ante cambios ambientales bruscos. Todo permanece estable hasta que un cambio en el sistema lleva a una reestructuración de su organización, hecho que ha dejado sus pistas observables, por ejemplo, en el mosaicismo génico que se pone en evidencia al conocer los genomas de los seres vivos.

No se trata entonces de alteraciones aleatorias espontáneas dentro del organismo, independientemente de lo que sucede en aquel ambiente “exterior”, según la visión dicotómica organismo-ambiente, las cuales “rinden examen” permanentemente ante el ambiente. El desconocimiento de los complejos mecanismos organismo-ambiente que permiten esa adaptación o colapso, tomó un nombre en la biología evolutiva: azar. Y con ello se pretendió saldar una cuestión central: ¿Cómo se reestructura un organismo o una parte del mismo? ¿Qué hace que cierta combinación de genes y ambiente resulte en un organismo o estructura estable novedosa, es decir, evolucione? No es el azar. Hay leyes, hay explicaciones, pero la biología recién en algunos campos de vanguardia está empezando a investigarlas, como veremos en los próximos capítulos.

Lamarck propuso que la vida tomó su forma actual a través de procesos naturales, no a través de intervenciones milagrosas. Para los naturalistas británicos inmersos en la llamada teología natural, esto era intolerable. Ellos creían que la naturaleza era un reflejo del diseño de Dios, y las especies, fijas. Lamarck afirmaba que era el resultado de ciegas fuerzas primarias. El naturalista francés crea una obra en donde por primera vez se presenta la cuestión de la evolución de las especies más allá del fijismo. El principal propulsor de la evolución es el ambiente (milieu), que al cambiar exigía un cambio en el organismo. Tenemos entonces, evolución, transformación de las especies, acción del ambiente y a aquellos organismos adaptados a su entorno, la naturaleza los condujo inexorablemente a un aumento de complejidad. De formas simples a las cada vez más complejas.

La generación de formas, aun dependiendo de una tendencia propia de los organismos a su autoorganización, está ligada, asimismo, a la acción de factores externos. Estos factores aparecen como desafíos del entorno, y suponen para Lamarck ocasiones para que los seres vivos manifiesten sus inherentes capacidades adaptativas.

En un párrafo de su “Filosofía Zoológica” dice Lamarck:

“El verdadero medio, en efecto, de llegar a conocer bien un objeto, hasta en sus más mínimos detalles, consiste en comenzar por considerarlo en su totalidad, examinando, por de pronto, ya su masa, ya su extensión, ya el conjunto de todas las partes que lo componen; por indagar cuál es su naturaleza y origen, cuáles son sus relaciones con los otros objetos conocidos; en una palabra, por considerarlo desde todos los puntos de vista que puedan ilustrarnos sobre las generalidades que le conciernen.”[3]

Lamarck se adelanta más de 200 años con su visión del medio y con su forma de caracterizar la vida como un complejo sistema autoorganizativo, que constituye su propio fin y medio. Y nuevos conocimientos fortalecen una visión sistémica de los organismos, no maquinas competidoras dominadas por sus genes.

Mencioné que Lamarck introduce el término “medio” y que este concepto es ambicioso y complejo y representa un pensamiento anticipado a los procesos que recién hoy se intentan articular en un marco teórico que los pueda explicar. Utiliza además el concepto de ‘intususcepción’ (eliminado en la biología mercantilizada actual), clave de la diferenciación entre materia orgánica e inorgánica. Mientras la materia inorgánica se acumula, la materia viva incorpora y hace propia a las sustancias del medio ambiente. De esta manera, Lamarck coincide doscientos años atrás con conceptos desarrollados hace muy poco, como el de autopoiesis de Maturana y Varela, que describiré más adelante. El organismo vivo crea sustancias que constituyen su naturaleza, utilizando “materia prima” extraña y modificando las condiciones que lo rodean y modificándose, de esta manera, a sí mismo. Se trata de comprender que este desarrollo ocurre desde adentro hacia afuera, a partir del medio ambiente. Los cambios que requiere el organismo en esa interacción están evolutivamente en el DNA o, más precisamente, el genoma y su utilización son adecuadas para esas condiciones determinadas en las que el individuo se desarrollará. El avance de las investigaciones en epigénesis[4] durante las últimas décadas fortalece este punto de vista.

La labor de Lamarck y otros naturalistas que acumularon enorme cantidad de descubrimientos y estudios evolutivos fueron soslayados y en muchas ocasiones tergiversados, en parte adrede y en parte por mero desconocimiento. Porque un factor no menor, y que veremos repetido en los otros casos de naturalistas relegados, es que sus obras dejaron de publicarse, ni se siguen traduciendo y muy pocos científicos han leído la obra del autor y la ciencia predominantemente anglosajona no lee otros idiomas. A la vez, se creaba una caricatura lamarckiana por parte del sistema editorial y educativo. Todo ha contribuido a la pérdida del enorme valor científico de los aportes del naturalista francés.

La mención de Lamarck en los libros suele hacerse a fin de ejecutarlo con inmerecidos calificativos remarcando que siempre estuvo equivocado, que su vida fue un tanto indecorosa a los ojos de la moral aristocrática y que su muerte ocurrió en la pobreza y el anonimato.  Máximo Sandín cita un ejemplo de tal maltrato que encontramos repetido por doquier con ligeras variantes:

“El evolucionismo de Lamarck descrito en Philosophie Zoologique (1809) no tuvo mejor recepción que sus demás teorías. Cuando Lamarck presentó al emperador Napoleón una copia del libro, se vio reducido al llanto por la insultante reticencia de Napoleón a aceptar lo que creía un trabajo sobre meteorología. Lamarck siguió publicando docenas de artículos hasta 1820, pero pasó los últimos once años de su vida ciego y en la indigencia. Fue enterrado en una fosa común y sus huesos fueron exhumados cinco años más tarde para hacer sitio para otros.” [5]

Para Napoleón la ciencia tenía un fin utilitarista. Se refería a los librepensadores como una “banda de imbéciles”. Además, Lamarck era afín a las ideas de la Revolución francesa y era cercano a los líderes que la protagonizaron. Como nos cuenta Máximo Sandín, Lamarck tuvo una intensa vida (incluida la amorosa), impulsó, al amparo de la Revolución, la reforma de la obsoleta Sorbona y la creación de cátedras para distintas especialidades. Investigó y escribió sobre Meteorología, Botánica, Paleontología, Física, Zoología y se dejó la vista realizando miles de estudios y disecciones de invertebrados. Pero el Imperio y la Restauración Borbónica le hicieron pagar duramente sus veleidades revolucionarias, y acabó sus días, sus últimos once años, en la más terrible pobreza.

La triste anécdota del encuentro de Lamarck con Napoleón es, además, muy simbólica. Parece que la Biología, la historia oficial de la evolución biológica, no ha hecho más que apartar a un rincón una obra fundacional del evolucionismo. Y con ello, creando una caricatura del autor, se lo mantiene en las sombras ocultando su verdadera altura científica. Tras un velo de confusión y falacias, postergado por cuestiones ideológicas, se mantiene alejado del crédito que merece. La actitud del emperador trasciende a toda la historia evolutiva.


[1] Lamarck, J.B. de M. 1809. Filosofía Zoológica. (Traducción al español). España, Editorial Alta Fulla, 1986.

[2] Lamarck, 1809, Óp. Cit. p. 167.

[3] Lamarck, Op. Cit. Introducción, p. 19.

[4] La epigenética es el conjunto de mecanismos que influyen en la expresión genética y son heredados de generación en generación. Es otro tipo de herencia que ocupa un lugar trascendental en la evolución.

[5] Harris, C. L., 1985 en Sandín, M. 2002. Lamarck y la venganza del imperio.